domingo, 25 de junio de 1995

RICARDO ARJONA, TODO EL MUNDO ATENTO

Ricardo Arjona tenía paciencia y ganas para cada grito desgarrado que, con frecuencia y al unísono, recibía desde galería, tribuna y preferencial. Esperaba a que terminara y entonces conseguía que todos le pusieran atención. Atentos estaban hombres y mujeres en general, el futbolista Frank Lobos en particular y los carabineros encargados de las custodia.

Porque Arjona es de esos cantantes popularísimos, que conquistan adeptos a gran escala y a nivel incondicional. Cuanto dijo o cantó en su segundo concierto en el Estadio Chile, el viernes en la noche, fue bienvenido por los miles de fanáticos que completaron la capacidad del recinto.

Y lo que este cantautor guatemalteco declare, interprete o haga en el escenario proviene de la astuta estrategia de presentarse ante el mundo como una figura especial. Arjona cree que lo es, o por lo menos eso pretende, porque –como dijo en uno de los momentos de la actuación- no logra entender este planeta no el caos en que vivimos. O porque, en su opinión, políticos y mentirosos son lo mismo.

La verdad es que eso no lo hace diferente, pero es precisamente esa postura la clave de su fama. Así representa maneras de sentir mayoritarias. El problema con su actitud es que no tiene espontaneidad, está demasiado armada y el desarrollo que pueda tener en sus canciones, lo que finalmente importa, se limita a lo obvio y superficial; en definitiva, a lo que la cabeza produce con mayor rapidez.

Si Arjona canta sobre la vida sin la mujer que él quiere, dice que es absurda, absurda como un bronceador en casa de esquimal. Y con seguridad busca la diferencia al citar en sus letras –sobre tópicos comunes, válidos por cierto, como el amor, las mujeres o la soledad- a figuras reconocidas de la política, el arte o la ciencia (Fidel, Neruda, Picasso, Freud), cuya referencia no parece tener más justificación que la de impresionar y darle peso a su poesía con los lugares más comunes del mundo “culto”.

Arjona cantó dos horas, apoyado por siete músicos diestros y una corista de buen registro. Su obra tiene melodías sencillas, propias de la canción popular, y varias se supeditan al esquema de relato que utiliza el cantautor guatemalteco en sus creaciones.

Con una instrumentación variada –que a los sonidos convencionales de los teclados, guitarras, batería y bajo agregó los de un saxo, percusión latina, violín y contrabajo-, Arjona construyó diferentes atmósferas.

Las íntimas y emotivas fueron las más frecuentes y eficaces, armadas con su vos y una guitarra, su voz y un teclado o su voz y el contrabajo.

En un contexto más reflexivo el guatemalteco interpretó éxitos como Realmente no estoy tan solo; Del otro lado del sol; Jesús verbo, no sustantivo; Te conozco o Señora de las cuatro décadas. Y en uno más festivo, incluso pícaro, las famosas Mujeres, Baila conmigo (el único encore de la noche), Historia de taxi e Historia del portero.

El público lo pasó muy bien, también la banda y Arjona, que afianzó entre los santiaguinos su popularidad e imagen de cantor disconforme.

JAZMÍN LOLAS
Fuente: CHILE, Diario “La Nación”

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